El Sumo Pontificado

El 20 de julio de 1903, León XIII entregó su alma a Dios. Unos días más tarde, el 26, el patriarca Sarto dejaba Venecia para acudir al cónclave. Tras los primeros escrutinios, la elección del Cónclave se inclinó en favor del cardenal Sarto. Cada escrutinio iba aumentando los votos a favor suyo, y él suplicaba con gran humildad a sus compañeros que no votaran por él. Pero Dios iba a decidir de un modo muy distinto: al séptimo día, el 4 de agosto de 1903 el cardenal Sarto fue elegido Sucesor de San Pedro.

El humilde electo, con la cabeza baja, los ojos cerrados y con sus labios musitando una plegaria escuchó las palabras de regla del cardenal decano: "¿Acepta usted su elección, según las reglas canónicas, al Sumo Pontificado?" El augusto electo, levantando al cielo sus ojos bañados de lágrimas, dijo a ejemplo del Salvador en el Jardín de los Olivos: "Si este cáliz no puede alejarse de mí, hágase la voluntad de Dios: Acepto". José Sarto, humilde hijo de un ordenanza municipal y de una costurera, ¡se había convertido en el Papa! El 9 de agosto, fue coronado en la basílica de San Pedro.

En los 11 años de su pontificado redactó no menos de 3300 documentos para restaurar todas las cosas en Cristo: "Manifestamos que en la gestión de Nuestro pontificado tenemos un sólo propósito, instaurar todas las cosas en Cristo, para que efectivamente todo y en todos sea Cristo", como escribió en su primera encíclica E Supremi Apostolatus, de 4 de octubre de 1903.

El defensor de Jesucristo y de su Iglesia

El papel del Papa, en cuanto Vicario de Jesucristo en la tierra y defensor de la Iglesia, consiste en conservar y propagar la fe y doctrina católicas. Apenas subió al trono pontificio, San Pío X se dedicó valientemente a esta misión.

Poco menos de un año después, San Pío X tuvo que enfrentarse con la injusta ley francesa de la separación de la Iglesia y el Estado que el parlamento había votado el 9 de diciembre de 1905, cuyos nefastos defectos se dejaron sentir muy rápido: expolio de los bienes del clero; persecución contra las instituciones de beneficencia; disolución de las congregaciones religiosas; ataque implacable contra las religiosas de los hospitales, escuelas, orfanatorios y asilos, etc. En tales circunstancias, San Pío X protestó enérgicamente mediante la encíclica Vehementer del 11 de febrero de 1906, en la que condenó solemnemente aquella ley, y un año más tarde, mediante la encíclica Une fois encore, condenó la persecución contra la Iglesia en Francia.

La Iglesia de Portugal también sufrió persecuciones de un modo incluso más violento y bárbaro del que había sufrido en Francia. San Pío X reaccionó del mismo modo mediante la encíclica Jamdudum in Lusitania del 24 de mayo de 1911, acudiendo por segunda vez, con una caridad evangélica, en ayuda de las víctimas de la persecución.

El 24 de mayo de 1910 publicó la encíclica Editae saepe en la que se translucía su fortaleza en la lucha contra los errores de aquellos tiempos, indicando los rasgos que distinguen una verdadera reforma de una falsa y desenmascarando a los supuestos reformadores. Por tal razón, San Pío X exhortó a todos los fieles a vivir como buenos cristianos, a frecuentar los sacramentos y a dedicarse a la salvación de su propia alma.

El reinvindicador de la fe

Ya en aquella época ciertas teorías novedosas amenazaban a la Iglesia, pues algunos sentían la comezón de reformar las doctrinas católicas reemplazándolas por otras supuestamente más adaptadas a las condiciones de los tiempos modernos, como si los dogmas católicos hubieran de cambiar con las ideas de los hombres y como si la religión tuviera que adaptarse a los hombres y no al revés. Herejía que hoy ha difundido ampliamente la doctrina progresista.

Los llamados modernistas empezaban a infiltrarse casi por todas partes. San Pío X se inquietó por la salvación de las almas y por la doctrina de la Iglesia, y por ello, el 11 de septiembre de 1907 publicó su admirable encíclica Pascendi contra el modernismo, luego del decreto Lamentabili que había publicado tres meses antes, el 3 de julio.

En aquella misma época intervino en Francia también en las cuestiones de Le Sillon (“El Surco”), movimiento social y político que echaba por tierra toda la doctrina de la Iglesia.

El reformador

El Papa San Pío X dio también reglas sobre la predicación y la enseñanza del catecismo. Recordando a los párrocos su obligación de instruir a los fieles sobre las verdades de la religión, quiso que todos los domingos y fiestas de precepto se explicara el texto del catecismo del Concilio de Trento.

El 20 de diciembre de 1905 publicó el decreto Sacra Tridentina Synodus, en que exhortaba a la comunión frecuente y diaria. Esta solicitud del Santo Padre produjo en todas partes frutos admirables, constituyendo un verdadero resurgir universal de la devoción eucarística. Al ver que casi en todas partes se retrasaba de modo abusivo el acto solemne de la primera Comunión, decidió que pudiera hacerse a partir de la edad de siete años.

El liturgista

Como algunos compositores profanos y teatrales tomaban la delantera al canto gregoriano, que es el canto litúrgico adoptado por la Iglesia, 22 de noviembre de 1903 San Pío X escribió su Motu proprio Tra le sollicitudini, combatiendo con fuerza aquella profanación, creando una comisión encargada especialmente de restablecer en su primitiva belleza el canto litúrgico, y fundando una escuela superior de música sagrada. A estas reformas necesarias, hemos de añadir la del Breviario, mediante la Bula Divino afflatu, del 1 de noviembre de 1911.

A lo largo de su pontificado, San Pío X canonizó cuatro Santos y proclamó a setenta y tres beatos.

El 50º aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción se convirtió para San Pío X en un motivo más para hacer amar la Santísima Virgen, pues mediante la encíclica Ad diem illum, del 2 de febrero de 1904, exhortaba a todos los fieles a honrar a nuestra buena Madre del Cielo y a implorar frecuentemente su protección.

El legislador

El 19 de marzo de 1904 San Pío X decidió la unificación del Derecho canónico, para lo cual estableció una comisión de cardenales. Aunque este código se publicó bajo Benedicto XV, la gloria por ello le corresponde a San Pío X, que fue quien puso toda su alma a servicio de esta elaboración.

En Francia la familia empezaba a ser atacada por las ideas masónicas, razón por la cual, para su integridad San Pío X modificó mediante el decreto Ne temere del 2 de agosto de 1907 las reglas referentes  al compromiso y a la celebración del matrimonio.