La Misa según Monseñor
La finalidad del sacerdocio
Las palabras que el sacerdote pronuncia sobre la sagrada Eucaristía constituyen la reactuación del sacrificio de Nuestro Señor y al propio tiempo este sacramento extraordinario, admirable, misterioso y divino de la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, para entregársenos como alimento.
Tal es, en definitiva, el corazón, la esencia y la finalidad misma de la ordenación: el Santo Sacrificio de la Misa. Esto es exactamente lo que dice el Concilio de Trento. La finalidad del sacerdocio es consagrar, ofrecer y administrar la Eucaristía, hacer venir a Jesús – que es Dios – a nuestros altares, ofrecerlo de nuevo a Dios Padre por la salvación de las almas y dárselo a las almas. ¡Qué cosa tan admirable y sublime, al mismo tiempo que sencilla!
Cuando pronuncia las palabras de la consagración, el sacerdote hace bajar al altar a Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Aunque es una pobre criatura, pequeña e insignificante, por sus palabras tiene el poder de hacer bajar al que es el Creador de todas las cosas y el Redentor del universo, Nuestro Señor Jesucristo. Igual que la Santísima Virgen pudo hacer bajar a su seno al Hijo de Dios con su Fiat, el sacerdote, cada vez que pronuncia las palabras de la consagración, hace bajar a nuestros altares al propio Jesucristo Nuestro Señor, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Tal es el poder del sacerdote, poder increíble e inimaginable. Que Nuestro Señor haya concedido este poder a unas criaturas, es un acto de su omnipotencia y de su gran caridad hacia nosotros, con el fin de que se aplique su Redención.
El gran medio de santificación del sacerdote
Si es verdad que la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo es el medio de nuestra santificación, ved inmediatamente cuál tiene que ser también la razón y el camino de santificación para el sacerdote. El sacerdote, al tener como misión el ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa, continuación del de la Cruz, encontrará en él la razón fundamental, esencial y continua de su santificación, y de este modo se le volverá el medio de santificar al pueblo cristiano, pues, para el pueblo fiel, el camino de santificación no es distinto del sacerdote, sino que es también el camino de la Cruz.
Debéis recibir las gracias de Nuestro Señor Jesucristo para transformaros en víctimas, en unión con Él, y no podéis serlo mejor que mediante la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía. En la misa y en la Sagrada Comunión es donde podréis transformaros en víctimas para salvar a las almas, primero la vuestra y luego las de las personas que están en el mundo. ¡Qué hermoso ideal nos ha dejado Nuestro Señor! ¡Qué hermoso programa de santidad que Dios quiere que realicemos aquí durante los pocos años que vamos a pasar en la tierra!
El programa de vida sacerdotal
La misa católica ha sido, sigue siendo y será siempre el gran programa sacerdotal y el gran programa de la vida cristiana. Modificar esta misa es modificar también el ideal sacerdotal y el ideal católico, pues esta Santa Misa es ante todo la continuación de la Cruz de Jesús.
¡Qué misterio tan sublime! ¡Dios obedeciendo a los hombres para ofrecer y continuar su sacrificio! Tal será el programa de vuestra vida sacerdotal: embeber a las almas que participen en el Santo Sacrificio de la Misa con estos sentimientos de amor a Dios y de amor al prójimo hasta el sacrificio de sí mismas.
El sacerdote tiene que subir cada día al altar igual que el día de su primera misa. Todos los días deberían ser como su primera misa. Amar el altar, vivir del altar, rezar ante el altar y hacer vivir a los fieles del altar, eso es la vida del sacerdote. ¡Qué hermosa y qué sublime es!
Procurad, queridos amigos, subir siempre al altar igual que lo hicisteis la primera vez, con el mismo ardor, con el mismo celo, con la misma humildad, con la misma acción de gracias, y con el mismo sentimiento de contrición de vuestras faltas y negligencias. “Por todos mis pecados, ofensas y negligencias”, sí, Señor, ten piedad de mí. No soy digno de subir al altar pero, con tu gracia, subiré a él para ofrecer tu divino sacrificio. Cada día, Dios os concede la gracia de ofrecer el santo sacrificio por todos los pecados del mundo y por los de los que os rodean cuando celebráis la misa. Agradeced a Dios por concederos esta misión extraordinaria y procurad ser fieles a ella.
Monseñor Marcel Lefebvre
La Santidad Sacerdotal. Libro II, Parte II, Capítulo I