La Misa Tridentina
La Misa Tridentina consiste en la celebración de la Santa Misa según el rito promulgado por el Papa San Pío V en el año 1570 por medio de la Bula Quo Primum Tempore.
La Misa de San Pío V tiene sus orígenes en las más remotas tradiciones apostólicas y alimentó el alma de los santos más encumbrados de la historia de la Iglesia.
Este rito proviene visiblemente del corazón de nuestra Santa Madre la Iglesia y es el fruto de una larga tradición. Expresa santamente la doctrina católica del Santo Sacrificio de la Misa y fue canonizado por San Pio V definitivamente. Él lo estableció como la manera oficial de decir la Santa Misa, válida para todos los sacerdotes de rito romano en todo tiempo.
Elementos de la Misa Tridentina
La Misa Católica Tradicional es compuesta por dos partes, a saber, su parte esencial, que son los elementos instituidos por Nuestro Señor Jesucristo, y las oraciones, palabras y ceremonias que los acompañan.
Los elementos esenciales de la Santa Misa, instituidos por Jesucristo en la Última Cena, son:
- La materia: pan y vino;
- La forma, o sea, las palabras de la consagración: “Este es mi Cuerpo” y “Este es el cáliz de mi Sangre…”;
- Un sacerdote válidamente ordenado que,
- tenga la intención de hacer lo que la Iglesia hace en la confección de este sacramento.
Las palabras y ceremonias que acompañan esos elementos esenciales se desarrollaron a lo largo de los siglos hasta alcanzar la forma que llegó a nuestros días.
Todas las oraciones y ceremonias en torno a las palabras de la consagración han sido introducidas por la Santa Iglesia para realzar la majestad de tan gran misterio, para instruirnos, aumentar nuestra fe e inflamar nuestra devoción. “No hay en toda la Cristiandad un rito tan venerable como el del Misal Romano” dice uno de los más sabios liturgistas (Fortescue).
Daría hasta la última gota de mi sangre por la mínima práctica de la Iglesia." Santa Teresa de Jesús
Historia de las Ceremonias de la Santa Misa
Durante los siglos I y II, las palabras de Cristo estuvieron rodeadas por una liturgia inicial que, poco a poco, fue germinando en las partes oriental y occidental del Imperio Romano. Todas las divisiones principales de la Misa aparecieron ya en el siglo III y, en el siglo IV, el rito romano quedó plenamente conformado, durante el pontificado del Papa San Dámaso (366-384).
Pero hasta San Gregorio Magno (590-604) no existía un libro único con todos los textos de las misas del año. Este santo papa mandó redactar el liber Sacramentorum en el principio de su pontificado, para uso en las stationes romanas, o sea, para la liturgia pontificia de la ciudad de Roma. Ese misal contiene prácticamente la Misa Tradicional tal como llegó a nuestros días, ya que las modificaciones hechas por San Pío V (1566-1572) fueron muy pequeñas.
Por lo tanto, podemos asegurar que la misa que actualmente es llamada de San Pío V y que llegó a nuestros días después de haber nutrido la piedad de todos los santos de la Iglesia no es sino el rito romano tal cual lo encontramos, en sus partes más importantes, en el pontificado de San Dámaso (siglo IV), y que fue posteriormente copilado en forma de misal por San Gregorio Magno.
Canon de la Misa
El Canon de la misa, aparte de algunos retoques efectuados por San Gregorio Magno, alcanzó con San Gelasio I (492-496) la forma que conserva hasta hoy. Los Romanos Pontífices no dejaron de insistir desde el siglo V sobre la importancia de adoptar el Canon Missae Romanae, dado que remonta a nadie menos que al mismo Apóstol San Pedro.
En efecto, a causa de la ley del arcano (ley por la cual, en la época de las persecuciones, se mantenía sigilo especial sobre las principales verdades de fe), los textos más antiguos del Canon de la misa datan del siglo IV, con todo, el Concilio de Trento nos enseña que remonta a los apóstoles.
Codificación hecha por San Pío V
San Pío V codificó la misa romana antigua en su forma más pura según la indicación del Concilio de Trento (1545-1563):
El sacrificio cúmplase según el mismo rito para todos y por todos, de forma que la Iglesia de Dios no tenga más que una misma lengua… que los misales sean restaurados según el uso y las costumbres antiguas de la misa romana".
El Misal así restaurado fue promulgado de forma particularmente solemne en el día 19 de julio de 1570 por la Bula Quo Primum Tempore. La bula precisa bastante claramente que no establece un nuevo rito, sino “un misal revisado y corregido”.
¿Por qué el Latín?
El uso del latín “es una señal hermosa y manifiesta de la unidad, así como un antídoto efectivo contra cualquier corrupción en la verdad doctrinal” (Papa Pío XII, Encíclica Mediator Dei).
El objetivo de San Pío V al mandar codificar la Misa (en el siglo XVI) no fue sino el de la unidad de la Iglesia, asegurada por la unidad en el culto católico. Para evitar la disparidad de rito, mucho contribuyó la uniformidad en el idioma, preservando la Iglesia no solo contra el cisma sino también contra la posible introducción de errores doctrinales.
Señal de unidad y universalidad
La Misa en latín no es una manera selectiva o novedosa de oficiarla, ni tampoco elitista o exclusivista, todo lo contrario, es el modo católico (universal, en griego) de oficiarla, acomodada para que sea escuchada por toda persona bautizada del mundo sin importar la nacionalidad que tenga.
Durante siglos, un católico podía asistir a la Misa en cualquier parte del mundo y siempre hallaba la misma forma católica de seguirla y cumplir con el precepto dominical. Si pudiésemos viajar a través del tiempo, encontraríamos la misma verdad: una Misa ofrecida por un sacerdote católico que viviera en Roma en el año 570 sería igual a una ofrecida por un sacerdote que viviera en Nagasaki en 1940, o la de un sacerdote de la FSSPX en el año 2015.
Este hecho refleja claramente dos de las cuatro notas de la Iglesia Católica; su unidad y su catolicidad (universalidad) en relación al tiempo y al espacio.
Antídoto contra el error
La historia nos demuestra que los vocablos de los idiomas cambian de significado con el tiempo y que se introducen también modismos por el habla popular. Pero el latín, siendo una lengua muerta, no se modifica a través de los tiempos y los lugares, de modo que su uso contribuye en la perpetuidad y universalidad de los ritos católicos, a pesar de su difusión entre tan gran diversidad de idiomas, naciones, costumbres y tiempos.
Esa característica también ayuda a proteger la fe contra el error. En efecto, el Papa Pío XII declaró expresamente que la Sagrada Liturgia está íntimamente vinculada a las verdades de la Fe Católica y por lo tanto debe conformarse a ella y reflejar esas verdades. De tal forma que, así como no podemos comprometer una sola verdad de fe, so pretexto de acomodar la liturgia a las exigencias de los pueblos y de los tiempos modernos, es necesario igualmente conservar inalterable la liturgia para que continúe a salvaguardar esa integridad de la fe (Pío XII, Encíclica Mediator Dei).
Hasta los protestantes reconocieron la conexión entre las enseñanzas de la Iglesia y la Misa, a tal punto que Lutero creyó que eliminando la Misa, podría derrocar el Papado.
Los primeros idiomas usados en la Misa
La Misa se decía originalmente en arameo, puesto que esta era la lengua que hablaban Cristo y los Apóstoles. Las expresiones: “Amen, Alleluia, Hosanna y Sabbaoth” son palabras arameas que aún permanecen en la Santa Misa.
Cuando la Iglesia se extendió por todo el mundo pagano en el siglo I, adoptó el griego en su liturgia, porque este era el idioma internacional en el Imperio Romano, a semejanza del inglés actualmente. El uso del griego continuó hasta el siglo II y parte del siglo III. El Kyrie eléison y el símbolo litúrgico “IHS” (derivado de la palabra Jesús en griego) son una prueba del uso de este idioma en la liturgia.
Con todo, hacia el año 250, la Misa se decía generalmente en latín en la parte occidental del Imperio Romano, incluyendo las ciudades del Norte de África. Con la fragmentación del Imperio y las invasiones bárbaras, el latín dejó de ser lengua hablada hacia los siglos VII y IX; sin embargo, la Misa siguió siendo rezada en latín porque gran parte de su liturgia había sido creada en esa lengua. Los Santos Padres de la Iglesia, por entonces, no vieron razón alguna para adoptar las nuevas lenguas vernáculas que estaban en desarrollo al rededor del mundo conocido.
Este fue un medio providencial; porque el latín, aunque lengua muerta, sirvió como medio de comunicación internacional y señal de unidad en la Iglesia a través de los siglos.