La vocación es obligatoria
¡San Gerardo tenía razón!
San Alfonso María de Ligorio acababa de abrir una casa para favorecer las vocaciones sacerdotales y religiosas. El joven Gerardo Mayela oyó hablar de ello. Sin dudarlo, abrazó a su padre y a su madre y se fue… En el camino se encontró con un compañero:
—¿Adónde vas?
—¡Voy a hacerme santo! —contestó el joven.
Y entró allí. Y gracias a este gesto, Nuestra Señora le concedió la gracia de realizar su deseo de santidad.
¿Es obligatorio responder a la vocación?
No se puede decir: “El que por su culpa haya sido infiel a su vocación, necesariamente se condenará”. ¡No! ¡Es falso! Porque cualquiera que sea el pecado cometido, y por muy grave que sea, si uno se humilla y pide perdón a Dios, Él lo perdona y concede todos los medios necesarios para salvarse.
Sin embargo, es verdad que un hombre que, por su culpa, se pone fuera del camino al que Dios lo llama de manera cierta e insistente (porque hay llamados más insistentes que otros), se priva de muchas gracias y pone en riesgo su salvación. Si San Francisco de Asís hubiera seguido como comerciante de telas, o si San Ignacio hubiera continuado como caballero de la Corte, uno puede preguntarse qué habría sido de ellos.
¡Cuántas jóvenes se habrían santificado, habrían progresado en el amor divino, habrían atraído toda clase de bendiciones sobre la tierra tomando a Jesús por Esposo y, en cambio, casadas ahora con un marido onanista, vicioso y ligero, en medio de pecados de toda clase y con muy poco auxilio religioso, tendrán un destino totalmente distinto!
Igualmente ¡cuántos jóvenes habrían tenido una vida fecunda en méritos para la gloria de Dios, y en cambio, casados demasiado rápidamente con una mujer superficial, egoísta u obstinada, se instalaron en el pecado para tener paz en el hogar, esa triste paz que es muchas veces el preludio de terribles cuentas que habrán de rendir ante el Soberano Juez!
¡Cuántas veces la elección generosa del servicio más elevado habrá arrancado al interesado de la mediocridad y, por lo mismo, de muchas caídas!
Así, pues, es de capital importancia plantearse esta pregunta: “¿Tengo vocación?”
Hay hombres que jamás habían pensado en esto hasta que un día, planteándose la pregunta, empezaron a llevar una vida totalmente diferente que los condujo a la santidad; más aún, se convirtieron en instrumentos de salvación en manos de Dios para millares de almas (San Pablo, San Francisco Javier, San Alfonso María de Ligorio, etc.).
Todo joven católico debe plantearse un día esta pregunta de consecuencias incalculables. Los Ejercicios Espirituales, sobre todo si se hacen siguiendo estrictamente el método de San Ignacio, son el mejor medio para resolver racionalmente esta cuestión; porque en ellos se consiguen las disposiciones necesarias:
a) para ver claramente
b) y tener el valor necesario.