Monseñor Lefebvre sobre la Misa Nueva
Respecto a la Nueva Misa, destruyamos de inmediato esta idea absurda: si la Nueva Misa es válida, se puede participar en ella. La Iglesia siempre ha prohibido a los fieles asistir a las Misas de los cismáticos y de los herejes, aunque sean válidas. Es evidente que no se puede participar en Misas sacrílegas, ni en Misas que ponen nuestra fe en peligro.
Acercamiento a los protestantes
Además, es fácil demostrar que la nueva Misa, tal como ha sido formulada por la Comisión de Liturgia, con todas las autorizaciones dadas por el Concilio de manera oficial, y con todas las explicaciones dadas por Monseñor Bugnini, presenta un acercamiento inexplicable a la teología y al culto de los protestantes.
Así, por ejemplo, no aparecen muy claros, y hasta se contradicen, los dogmas fundamentales de la Santa Misa, que son los siguientes:
- sólo el Sacerdote es el único ministro.
- hay verdadero sacrificio, una acción sacrificial.
- la Víctima es Nuestro Señor Jesucristo presente en la Hostia bajo las especies de pan y vino, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
- es sacrificio propiciatorio.
- el Sacrificio y el Sacramento se realizan con las palabras de la Consagración y no con las palabras que preceden o siguen a la misma.
Basta enumerar algunas de las novedades para demostrar el acercamiento a los protestantes:
- el altar transformado en mesa, sin el ara.
- la Misa cara al pueblo, en lengua vernácula, en voz alta.
- la Misa tiene dos partes: la Liturgia de la Palabra y la de la Eucaristía.
- los vasos sagrados vulgares, el pan fermentado, la distribución de la Eucaristía por laicos, en la mano.
- el Sagrario escondido.
- las lecturas hechas por mujeres.
- la Comunión dada por laicos.
Todas estas novedades están autorizadas.
Se puede decir, pues, sin ninguna exageración, que la mayoría de estas Misas son sacrílegas y disminuyen la fe, pervirtiéndola. La desacralización es tal que la Misa se expone a perder su carácter sobrenatural, su “misterio de fe”, para convertirse en un acto de religión natural nada más.
Estas Misas nuevas no sólo no pueden ser motivo de obligación para el cumplimiento del precepto dominical; al contrario, respecto de ellas hay que seguir las reglas de la Teología moral y del Derecho Canónico, que son las de la prudencia sobrenatural, respecto de la participación o asistencia a una acción peligrosa para nuestra fe, o eventualmente sacrílega.
¿Hay que decir entonces que todas esas Misas son inválidas?
Desde que se dan todas las condiciones esenciales para la validez, es, decir, la materia, la forma, la intención y el sacerdote válidamente ordenado, no se puede afirmar que todas ellas sean inválidas. Las oraciones del Ofertorio, del Canon y de la Comunión del Sacerdote que rodean la Consagración son necesarias para la integridad del Sacrificio y del Sacramento, pero no para su validez. El Cardenal Mindszenty en la prisión, que a escondidas de sus guardias pronunciaba las palabras de la Consagración sobre un poco de pan y de vino para alimentarse con el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, realizaba ciertamente el Sacrificio y el Sacramento.
Mas a medida que la fe de los sacerdotes se corrompa y dejen de tener la intención que pide la Iglesia (porque la Iglesia no puede cambiar de intención), habrá cada vez menos Misas válidas. La formación actual no prepara a los seminaristas para asegurar la validez de las Misas. El Sacrificio propiciatorio de la Misa ya no es el fin esencial del sacerdote. No hay nada más decepcionante y triste que oír los sermones o comunicados de los Obispos sobre la vocación, a raíz de una ordenación sacerdotal. Ya no saben lo que es un sacerdote.
Para juzgar de la falta subjetiva de quienes celebran la nueva Misa o asisten a ella, debemos aplicar la regla del discernimiento de espíritus según las directivas de la teología moral y pastoral. Debemos actuar siempre como médicos de almas y no como jueces y verdugos, como están tentados de hacerlo quienes están animados por un celo amargo y no por el verdadero celo.
Los sacerdotes jóvenes han de inspirarse en las palabras de San Pío X en su primera encíclica, y en los numerosos textos de autores espirituales como Dom Chautard en “El alma de todo apostolado”, Garrigou-Lagrange en el tomo II de su “Perfección cristiana y contemplación”, y Dom Marmion en “Cristo, ideal del Monje”.
Marcel Lefebvre, Arzobispo
8 de noviembre de 1979