Nov. 2007 Carta a los amigos y benefactores Nº 71

Queridos amigos y benefactores:

La misa tradicional jamás estuvo abrogada. ¡Qué alegría, queridos fieles, llenó nuestros corazones el anuncio del Motu Proprio de Benedicto XVI el 7 de julio! Vemos una respuesta del cielo a nuestra cruzada de rosarios, no simplemente por el hecho de la publicación del Motu Proprio, sino sobre todo en razón de la extensión de la apertura que encontramos hacia la liturgia tradicional. En efecto, no sólo el misal ha sido declarado ley de la Iglesia, sino también otros libros litúrgicos. De hecho, si la Misa nunca fue abrogada, ha conservado sus derechos.

En realidad el Motu Propio no acuerda nada nuevo a la Misa de siempre; afirma simplemente que la Misa de San Pío V, llamada para el caso de Juan XXIII, sigue estando en vigor, a pesar de una ausencia y de una prohibición de celebrarla desde hace cuarenta años. La Misa tridentina sigue siendo siempre la Misa católica. La sutil e inhábil distinción entre forma ordinaria y extraordinaria de un mismo rito en relación a la nueva y la antigua Misa no inducirá a equívoco a persona alguna. La evidencia salta a la vista en esta materia. Lo que hay que retener es la afirmación de la perennidad de la Misa como ley universal de la Iglesia católica. Quien dice “ley de la Iglesia” niega por lo mismo un “indulto”, “permiso” o “condición”. Los obispos intentaron neutralizar el efecto saludable del Motu Proprio mediante restricciones onerosas y odiosas. No se pliegan, por cierto, a la voluntad del Sumo Pontífice. Será muy interesante observar el desarrollo de esta revuelta más o menos abierta, oculta en gran medida. De esta confrontación dependerá la historia de la Iglesia durante varias décadas. Recemos para que el Papa tenga la fortaleza de mantener e imponer aquello que acaba de devolver a la Iglesia.

Esto va mucho más allá de la simple celebración de la Misa. El Motu Proprio entreabre la puerta a todo el espíritu de la liturgia anterior en el sentido en el que le permite desarrollarse. La liturgia consta de varios elementos, de los cuales el más importante es la Santa Misa, pero este tesoro se engarza en un conjunto de libros litúrgicos.

Ahora bien, es preciso afirmar que la mayoría de ellos, en todo caso los más conocidos, van a recobrar una nueva vida: el ritual, que contiene la manera cómo el sacerdote administra los sacramentos y las bendiciones, el pontifical, que contiene el sacramento de la confirmación, y el breviario. Todo esto forma un conjunto que permitirá, sin duda alguna, que el espíritu de la liturgia tradicional recupere su espacio en la vida de la Iglesia.

Los primeros efectos del Motu Proprio son interesantes, aun cuando son casi insignificantes en relación a la vida de la Iglesia en su conjunto. Sin embargo, algunos obispos apoyan activamente el movimiento y, sobre todo —a pesar de los obstáculos impuestos por otros obispos— los sacerdotes aprenden y celebran la Santa Misa. Más de cinco mil en el mundo entero nos han pedido el DVD de las ceremonias de la Misa que ha preparado la Fraternidad. ¡Esto muestra muy bien que los sacerdotes tienen un evidente interés por la Misa de siempre!

Lo que es admirable, es la opinión unánime que nos hacen llegar los sacerdotes que descubren la Misa tridentina. Los testimonios siguientes no son raros:

 

¡Pero… son dos mundos!”; “¡Es absolutamente diferente celebrar de cara a Dios que de cara al pueblo!”; “¡Celebrando esta Misa he descubierto qué es ser sacerdote!”

Estos testimonios dicen mucho y valen más que cualquier demostración.

Es inútil preguntarles qué piensan de la santidad del nuevo rito… Es evidente que si se concediera una verdadera libertad de celebración, no sólo de derecho sino en los hechos, se decuplicaría inmediatamente el número de Misas tridentinas.

Para quien es consciente del combate gigantesco que desgarra nuestra Iglesia católica desde hace al menos dos siglos, es clarísimo que alrededor de la Misa se juega gran parte de la crisis de la Iglesia. Dos misas, dos teologías, dos espíritus. Por medio de la nueva misa se inoculó en todas las venas del Cuerpo Místico un nuevo espíritu, “el espíritu del Vaticano II”.

En cambio, la Misa tradicional irradia el Espíritu católico. El rito de San Pío V implica una coherencia incomparable de fe y de moral. Para quien asiste seriamente, se hace rápidamente manifiesto que esta Misa es una exigencia de fe, una fe que ella nutre vigorosamente. Pronto se hace luz en el alma fiel la lógica de la fe: el justo vive de la fe. Se debe vivir como se cree.

De allí surgen toda la moral cristiana con todo lo que ella pide de renuncia, de sacrificio, de apartamiento del mundo. Dios es santo y quien quiere allegarse a Él debe vivir una vida de pureza, ya que su santidad exige este indumento del alma inmaculada.

La Misa no sólo hace abrir los ojos a esta realidad de la sublimidad de la vocación cristiana sino, sobre todo, da los medios para ello. ¡Qué abundancia de gracias advienen al fiel de “buena voluntad”, y mucho más aún al sacerdote que la celebra!

Entonces, esta gracia irradiante de la Misa da pie a otra santificación: a aquella de la familia cristiana, y seguidamente de toda la sociedad. Si durante siglos y más de mil años la sociedad fue cristiana, hay que atribuirlo antes que nada a la Misa, a este rito tan santo, que se encuentra ya esencialmente acabado a finales de la Antigüedad. Podemos celebrar sin dificultades la Misa que se llama “tridentina” o de San Pío V con manuscritos de los siglos X u XI.

Es impresionante comprobar que la decadencia, e incluso la desaparición de la sociedad cristiana, tienen una aceleración neta en el momento de la introducción del nuevo rito. ¿Quién pudiera decir que allí no hay más que una casualidad o una coincidencia?

Seguimos estando en medio del gigantesco combate por la salvación de las almas que atraviesa la historia de la humanidad. Esperamos que los avances operados por el Motu Proprio no hagan perder de vista estas perspectivas mucho más profundas, que son un motivo de esperanza, pero también de un renovado coraje para continuar el combate sobre la ruta que fuera trazada por Monseñor Lefebvre.

El éxito reportado por nuestra cruzada del rosario, el celo que hemos visto desplegado, nos incitan a renovar nuestra confianza respecto a nuestra Madre del Cielo, no ya para una cruzada de dos o tres meses, sino por una cruzada perpetua del rosario.

¡Sí!, que esta oración del rosario no deje de elevarse a los cielos para el bien de la Iglesia, para la salvación de las almas. Estamos convencidos que nuestra Señora no será indiferente a tamaño desborde de Ave Marías y acelerará la restauración de la Iglesia. Así, pues, desde ya damos a conocer, según las hermosas palabras de un militar suizo, el general Guisan, ante la vista de un soldado rezando el rosario: “¡Cuánto querría ver a Suiza rodeada por esta cadena!”, que queremos rodear a toda la Iglesia de la cadena del rosario, rodearla de una inmensa y continua secuencia de Ave Marías en aras de su defensa y protección.

Una cruzada perpetua del rosario para obtener del cielo no sólo que sea retirado el decreto de excomunión sino, sobre todo, que la Tradición católica sea repuesta en el lugar que le es debido, con toda su amplitud, hasta el triunfo del Corazón Inmaculado de María.

¡Que nos ayuden todos los Santos! ¡Que Nuestra Señora los bendiga!

+ Bernard Fellay

1º de Noviembre de 2007

Fiesta de Todos los Santos