Respuesta a algunas objeciones
1º ¡Sería el fin del mundo!
Pero si es así, ¿todo el mundo debería entregarse a Dios? ¡Sería el fin del mundo!
El santo padre Berthier respondía:
— ¡Sería el más hermoso fin del mundo!
Pero tranquilizaos, está el “Si vis…! (si quieres), y muchos, por desgracia, no quieren…; y además, las cinco señales de que hemos hablado eliminan a muchos…
Con todo, ya que nuestra peregrinación terrestre nos ha sido concedida como medio para amar y servir a Dios libremente aquí en la tierra, y merecer gozar de El en un éxtasis de contemplación y de amor en el cielo, debemos elegir todo lo que más nos ayude a ello. Es Dios quien nos invita.
2º Inclinación hacia la pasión carnal
Tengo una inclinación hacia la pasión carnal. ¿No es eso un obstáculo a la vocación?
—No (salvo un temperamento excepcionalmente corrompido). San Alfonso se enojaba cuando se objetaba, contra la vocación, la concupiscencia de la carne.
—“¿Pero crees acaso —decía— que la carne no te tentará en el matrimonio? Tendrás allí más ocasiones de pecados internos y externos… En la vida religiosa tendrás muchas menos ocasiones de pecado, y muchos más auxilios. Sería un pecado contra la esperanza creer que con todos estos auxilios que da la regla, no se puede resistir a los demonios”.
¡De hecho… (y eso no se sabe tanto) es relativamente fácil practicar la castidad en religión…!
El que observa la modestia de los ojos y de los demás sentidos…
El que tiene en cuenta la regla a observar en las relaciones con el mundo exterior…
El que huye de las ocasiones de pecado…
El que reza y se confía a María Santísima, que practica un poco de mortificación, que se abre filialmente a su director de conciencia respecto de sus faltas y tentaciones, que contraataca (con oración y penitencia) apenas el tentador se le aproxima…
Ese tal practicará fácilmente la castidad perfecta. Es una de las gracias y de alegrías las más puras de la vida religiosa.
3º No conozco a todas las Congregaciones
No conozco a todas las Congregaciones para poder elegir…
No es necesario conocerlas a todas para poder decidirse, igual que no es necesario conocer a todas las mujeres del mundo para casarse, o probar todos los zapatos de París para decidirse a comprar un par.
Dios nos guía… Si Él os llama, os hará conocer la Congregación en que os quiere… o si os quiere en el clero diocesano.
En sí, todas las Congregaciones aprobadas por la Iglesia pueden llevar a la perfección religiosa. Sin embargo, cada cual puede escoger la que mejor se adapta a sus aspiraciones o a su debilidad, o que responde a una necesidad más urgente.
San Alfonso recomienda sobre todo no elegir una comunidad relajada o contaminada por la mala doctrina.
4º ¿Qué pensar de quien está en una Congregación sin tener vocación?
San Ignacio responde:
“Quien entró en una Congregación con votos perpetuos y lo hizo sin intención recta, como por ejemplo para dar gusto a sus familiares o tener una buena posición, debe arrepentirse de ello y esforzarse en llevar una vida santa en el estado en que ya se ha comprometido” (nº 172).
Dios lo ayudará.
5º ¿Y qué decir de quien duda de su vocación?
Quien entró en un estado de vida aprobado por la Iglesia con intención recta y con el llamamiento legítimo de los superiores, no está fuera de su camino… “El demonio es un mentiroso” (Juan 8, 44).
Quien se encuentra en esta situación no debe preocuparse ni cambiar de vida. Simplemente ha de despreciar esas tentaciones. Nadie se equivoca entregándose a Dios.
Si el enemigo intentara de nuevo traerlo a sentimientos de estrecho egoísmo, el elegido del Señor ha de rechazar al demonio renovando de todo corazón su consagración total por medio del Corazón Inmaculado de María, y pidiendo auxilio a San José, terror de los demonios; y luego, seguir cumpliendo fielmente, sin discusiones interiores, sus deberes de estado. El demonio no tardará en huir.
Si la oración es el gran medio para conocer la propia vocación y responder a ella, es también el gran medio para perseverar. “El que reza se salva, y el que no reza se condena”, escribía San Alfonso. Y añadía: “Todos los condenados están en el infierno porque dejaron de rezar, y no estarían allí si no hubieran dejado de hacerlo”. San Bernardo, por su parte, exclamaba ante las trampas del demonio: “Ratio spei meæ Maria” (“María es toda la razón de mi esperanza”). ¿Cómo podría la Madre de la Iglesia, la Reina de los Apóstoles, abandonar a los “consagrados” que la llaman? “En la tempestad, mira a la Estrella, invoca a María”, repetía San Bernardo.
La perseverancia de un alma consagrada es muy fácil, a condición de que se pongan los medios.
“¡Sé en quien he creído!” (2 Tim. 1, 12)
Dios no abandona nunca a quienes confían en Él. “Non deserit nisi deseratur”, dice San Agustín (“no abandona si no es abandonado”; nosotros podemos abandonar a Dios, pero Él nunca nos abandona a nosotros).
“El temor de los que temen no poder llegar a la perfección si ingresan en religión no es razonable”, dice Santo Tomás. Y cita las palabras de San Agustín: “¿Por qué vacilas? Échate en Él. No temas. Él no se apartará de ti para dejarte caer. Échate en Él con toda seguridad. Él te recibirá y te guardará” (Confes. 8).