Santo Tomás de Aquino
Juan XXII dijo al canonizarlo que «cada artículo suyo era un prodigio» y que «después de los Apóstoles y los Padres, nadie ha iluminado a la Iglesia tanto como él»
Santo Tomás de Aquino nació el año 1224 en Nápoles, Italia. De familia noble, a los 5 años entró como oblato al monasterio benedictino de Monte Cassino. A los 14 fue a la Universidad de Nápoles a completar sus estudios, donde tuvo el primer contacto con los Frailes dominicos y la filosofía de Aristóteles. Ingresando a la Orden de Predicadores contra el deseo de sus padres, triunfó con firmeza sobre la oposición, violenta, de su familia.Terminó sus estudios en Colonia, bajo el gran San Alberto, quien descubrió su talento con espíritu profético: «Lo llaman Buey mudo (era corpulento y callado), pero con su doctrina dará mugidos que resonarán en todo el mundo».
Con apenas 26 años, fue designado para la cátedra de teología de los Dominicos en la Universidad de París, donde admiró por su sabiduría y atrajo multitud de estudiantes. Creciendo su fama, fue nombrado teólogo pontificio por Urbano IV, cumplió diversos cargos de importancia en la Orden dominica, volvió a ocupar la cátedra de París, donde el rey San Luis IX requería frecuentemente sus consejos, hasta ser requerido en la Universidad de Nápoles por el rey Carlos I.
Entre sus muchas ocupaciones desarrolló una actividad intelectual prodigiosa, como lo muestran la extensión y profundidad de sus Obras, escritas en una vida que Nuestro Señor quiso corta. En la Cuaresma de 1273, mientras escribía sobre los misterios de la Pasión de Cristo, en la tercera parte de su Suma Teológica, sufrió un éxtasis durante la Santa Misa en el que pareció vivirlos. El día de San Nicolás de Bari, 6 de diciembre, tuvo otro éxtasis tan elevado, que ya no le permitió escribir más: «Después de lo que Dios me reveló, todo cuanto he escrito me parece paja». Murió en Fossanova el 7 de marzo de 1274, sin haber cumplido los 50 años de edad. El Papa Juan XXII lo canonizó en 1323.
Autoridad doctrinal
A todo el que acude a Santo Tomás, se le impone su autoridad científica porque en ningún otro doctor eclesiástico se conjugan de manera tan excelente la ortodoxia, profundidad, universalidad y claridad de su doctrina. Pero en él se destaca de manera única su autoridad canónica, conferida por los Papas en el ejercicio auténtico de su magisterio. Preferido y protegido por los Papas ya en vida, Juan XXII dijo al canonizarlo que «cada artículo suyo era un prodigio» y que «después de los Apóstoles y los Padres, nadie ha iluminado a la Iglesia tanto como él».
Ante la difusión de los errores protestantes, el Concilio de Trento puso la Suma Teológica sobre el altar junto a la Biblia, y San Pío V llamó a su enseñanza «regla certísima de la doctrina cristiana», confirmando que «la Iglesia ha hecho suya su doctrina teológica», e hizo la primera edición de las Obras completas de Santo Tomás, que por eso se llama piana.
Mas sobre todo, en la medida en que el perniciosísimo veneno del subjetivismo moderno fue afectando la cristiandad, en esa misma medida los Papas propusieron el antídoto del tomismo. Después del grito de alarma dado por el Concilio Vaticano I, comenzó – caso único para un Doctor de la Iglesia – la serie de documentos pontificios promoviendo al Doctor Angélico. León XIII publicó Aeterni Patris (palabras con que comienza el Compendio de Teología de Santo Tomás), recomendando especialmente su filosofía, documento que causó una verdadera conmoción en el mundo católico. Ordenó también la edición crítica de las Obras Completas, llamada leonina.
San Pío X colmó esa medida con el motu proprio Doctoris Angelici, donde llega a decir:
Los principios básicos de la filosofía de Santo Tomás no deben ser considerados como meramente opinables o discutibles, sino como fundamento de lo humano y lo divino; además de que, una vez rechazados o alterados de cualquier modo esos principios, acabarán finalmente los jóvenes estudiantes eclesiásticos por no entender ni siquiera la terminología empleada por la Iglesia en la proposición de los dogmas de nuestra fe."
Pío XI publicó la encíclica Studiorum ducem en el sexto centenario de la canonización de Santo Tomás, donde manda «que se le dé el nombre de Doctor Común o Universal, puesto que la Iglesia ha hecho suya su doctrina». Y luego promulgó la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus, ordenando que en todas las facultades católicas se enseñe la filosofía y teología «según los principios y doctrina de Santo Tomás».
Y Pío XII no sólo recordó estas disposiciones en su constitución apostólica Sedes Sapientiae, sino que, al volver a denunciar y condenar la amenaza siempre creciente del modernismo por la encíclica Humani generis, sostiene la perenne actualidad de la doctrina del Doctor Angélico. Podría decirse que Santo Tomás escribió para hoy, de allí que la Iglesia haya hecho ley la necesidad del tomismo:
Los profesores han de exponer la filosofía racional y la teología e informar a los alumnos en estas disciplinas según los principios, el método y la doctrina del Angélico Doctor, siguiéndolos con toda fidelidad" (Código de Derecho Canónico, canon 1366).
Obra
En sus escasos veinte años de ejercicio del magisterio (1252-1273), Santo Tomás dejó una obra prodigiosa, que no creeríamos pudiese hacerse si no estuviera en los estantes de nuestras bibliotecas. Puede dividirse en comentarios a textos de autoridad y obras personales.
Comentarios a los Textos Sagrados
El Santo Doctor comentó algunos libros del Antiguo Testamento: Job, Isaías, Jeremías, Lamentaciones y Salmos. Se destaca la Exposición en el Profeta Isaías. Al Nuevo Testamento lo comentó casi entero. En primero lugar tenemos la preciosa Catena Aurea, donde encadena con hilo de oro los comentarios de los Santos Padres sobre los cuatro Evangelios. Comentó además el Evangelio de San Mateo y el de San Juan, y todas las Epístolas de San Pablo. Difícil decir qué está mejor logrado, pareciera que el mismo Espíritu Santo expusiera la intención con que inspiró esos textos.
Comentarios a textos teológicos
La primera obra en ejercicio de su cargo de bachiller en París fue el comentario a los cuatro libros de las Sentencias del maestro Pedro Lombardo, que basta para explicar la admiración y aplauso que provocó desde el comienzo la enseñanza del Ángel de Aquino. Aquí contemos también las exposiciones sobre dos libros de Boecio, De la Trinidad y De las semanas, sobre el De los nombres divinos, del Pseudo-Dionisio, y sobre las Decretales primera y segunda, textos dogmáticos de la Iglesia.
Comentarios a textos filosóficos
Una de las tareas fundamentales que se propuso fue develar el pensamiento auténtico de Aristóteles, el Filósofo por antonomasia, defendiéndolo de los errores de sus comentadores, en especial de Averroes. En la lógica comentó las dos obras más difíciles del Órganon aristotélico: el Perihermeneias y los Segundos Analíticos (más un acertijo que un tratado). Dedicó también un enorme esfuerzo en comentar los libros de la filosofía natural: la Física (comentario completo de sus 8 libros), Del Cielo, Meteorológicos, De la generación y corrupción (comentarios incompletos), el importante Del alma (sus 3 libros completos) y otras dos obras menores. La obra fundamental es la Exposición en los doce libros de la Metafísica, donde más se manifiesta la maravillosa penetración del pensamiento de Aristóteles, expuesto en textos de una concisión desesperante. Cuéntese también el hermoso comentario a la Ética y el de la Política (aquél completo y éste incompleto). Agreguemos aquí el comentario al libro De las causas, del neoplatónico Proclo.
Cuestiones disputadas y «quodlibetales»
Entre sus obras personales se cuentan numerosas cuestiones disputadas, de una altura científica incomparable, entre las que destacan las cuestiones De la verdad, De la potencia y Del mal. También se conservan doce cuestiones de tema libre o quodlibetales, que eran ejercicios escolásticos que sólo dirigían los grandes maestros.
Opúsculos
Tenemos numerosas obras menores u opúsculos, sobre temas de teología, entre los que se destaca el Compendio de Teología, y temas de filosofía. En las ediciones de las Obras completas se incluyen algunos de dudosa autoría.
Sumas
Las dos grandes obras personales de Santo Tomás son sus dos sumas: la Suma contra gentiles, con finalidad apologética, y la Suma Teológica, obra cumbre no sólo de la teología de Santo Tomás, sino de la teología de la Iglesia católica.
La Suma Teológica
La Suma Teológica es una obra de amor. La tradición escolástica pedía que los cursos se dieran comentando textos de autoridad, y en teología el texto que se imponía era el de las Sentencias de Pedro Lombardo. Era ésta una obra ciertamente superior y bastante ordenada, que Santo Tomás comentó al inicio de su magisterio y recomenzó a comentarla en su madurez. Pero la experiencia de sus años de enseñanza le había mostrado al Santo Doctor cuánto sufrían los alumnos por la falta de orden en la exposición de los asuntos teológicos, y se resolvió a exponer «de forma breve y clara» (confiesa en su prólogo a la Suma) toda la materia de la Teología.
Como bien se ha dicho, la claridad es la caridad de la verdad, y si la profundidad de la doctrina allí expuesta se debe a la sabiduría de Santo Tomás, la maravillosa claridad con que la expone se debe sobre todo al amor que les tuvo a sus alumnos. Su ingenio de águila remonta vuelo con pausa y se mantiene siempre a la altura en que puedan seguirlo los pichones. En la Suma no está todo lo que el Angélico podía haber dicho, en este sentido es como un iceberg (cambiando altura por profundidad) donde lo que se muestra está fundado en lo mucho más que – por caridad – queda escondido. Está escrita para principiantes, pero con tal orden y precisión, que los más adelantados encuentran abiertas y señaladas todas las vías para llegar a lo más profundo. Como la Biblia, se ofrece a sabios y sencillos.