Las Órdenes Sagradas
Hay una gradación en las órdenes sagradas y cada uno de sus elementos - el episcopado, el presbiterado, el diaconado, el subdiaconado y las órdenes menores - forma una auténtica jerarquía.
La ascensión gradual al sacerdocio por medio de las órdenes menores y mayores es una costumbre antiquísima. Aparte del diaconado, cuya institución refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles, San Roberto Belarmino, en sus controversias con los protestantes, nos enseña que la institución de las demás órdenes es también de tradición apostólica.
La palabra orden significa jerarquía, tanto en las cosas como en las personas. La Iglesia es un orden, porque es esencialmente desigual en sus miembros, ya que abarca a clérigos y laicos. Esa jerarquía en el interior de la Iglesia es un punto esencial que ya no aparece en la definición de la Iglesia del nuevo Derecho Canónico.
¿En qué consiste particularmente? En grados de participación en el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo. En cada ordenación, los seminaristas reciben una mayor o menor participación del sacramento del Orden.
Cada ordenación señala una etapa del seminario. Meditando los textos de la ordenación durante el retiro preparatorio, y con las oraciones que dirigen cada día a Dios, los seminaristas entienden cada vez mejor la grandeza de este sacramento.
Esta es la gran gracia del seminario: acercarse, lenta pero seguramente, al santo altar del Sacrifico de la Misa."
Monseñor Marcel Lefebvre, Extractos de "La santidad sacerdotal", Libro 1º, Parte 2, Capítulo 3
Los primeros pasos
1º Año de Espiritualidad
El Seminario en la Fraternidad San Pío X comienza con un primer año, llamado de Espiritualidad, durante el cual el aspirante aprende los principios de la vida interior, la vida de unión con Dios y los fundamentos del combate espiritual que implica.
Este año, hecho concienzudamente, debe repercutir en todos los años siguientes e incluso en la vida del futuro sacerdote.
Desde el primer año de seminario, los seminaristas de la Fraternidad San Pío X se revisten del hábito eclesiástico; luego, en el segundo año, tiene lugar la ceremonia de la tonsura.
2º La toma de la sotana
La primera ceremonia que marca profundamente a los seminaristas es la toma de la sotana. En ese día, concretan su don total a Nuestro Señor Jesucristo con el abandono definitivo del hábito secular, revistiéndose con el hábito eclesiástico.
Además de su valor simbólico, la sotana es al mismo tiempo una protección para el que la lleva y un valioso medio de apostolado.
3º La tonsura
Aunque la toma de sotana sea un acontecimiento importante para el seminarista, la tonsura lo es aún más, porque conduce a la clericatura, consagrándolo a los ministerios divinos, introduciéndolo en la jerarquía de la Iglesia y preparándolo así a la recepción de las órdenes sagradas.
La Iglesia, fundada por Jesucristo, es una sociedad perfecta, siempre viva y fecunda, que capta a sus propios miembros y se perpetúa a sí misma. Siendo esencialmente una y jerárquica, se compone de clérigos y de laicos, de superiores y de subordinados, gobernados por los obispos, que a su vez se someten a la autoridad del Sumo Pontífice.
Las diferentes órdenes de la jerarquía eclesiástica
Antes de llegar al sacerdocio, los seminaristas avanzan progresivamente hacia el altar. En el tercero y cuarto año reciben las órdenes denominadas menores: ostiario, lector, exorcista y acólito. Finalmente, vienen las otras tres, denominadas órdenes mayores o sagradas: en el quinto año reciben el subdiaconado y el diaconado, y en el año siguiente, el sacerdocio.
La vida del seminario está, pues, jalonada por las ordenaciones. Antes de cada ordenación se hace un retiro de tres días para las órdenes menores y de seis días para las órdenes mayores del subdiaconado, diaconado y sacerdocio.
Las órdenes menores
1º El ostiario
La primera de las órdenes menores es el ostiariado. Confiere el cargo de abrir y cerrar la iglesia, de apartar de ella a las personas indignas, y de guardar los vasos, ornamentos sagrados, etc.
La virtud especial que requiere es el celo por la casa de Dios y las almas. Durante la ordenación, el ostiario recibe del obispo las llaves, símbolo de la casa de Dios y de todo lo que encierra, puesto que es el guardián de ella; y toca la campana, porque su función al servicio del Cuerpo Místico es la de llamar a los fieles a las ceremonias sagradas.
2º El lector
La segunda orden menor es la de lector. El lector tiene como función leer los libros sagrados, sobre todo en el oficio de Maitines, y enseñar el catecismo. Puede también bendecir el pan y los frutos nuevos.
Sus virtudes especiales son el amor y el estudio de las Escrituras, así como el celo por la santificación de los fieles. Se requiere una fe profunda para cumplir santamente estas funciones. Durante la ordenación, el lector toca el libro de las lecturas divinas, como signo de su nueva misión.
3º El exorcista
La tercera orden es la de exorcista. Otorga, sobre todo, el poder de arrojar a los demonios del cuerpo de los posesos, e igualmente de alejarlo de los fieles. Sus virtudes particulares son la pureza de corazón y la mortificación de las pasiones. El exorcista toca el libro de los exorcismos, símbolo de su función.
4º El acólito
La cuarta orden menor es la de acólito. El acólito participa de modo mucho más cercano en la santa misa, que es la finalidad principal del sacramento del Orden, sirviendo a los ministros sagrados el vino y el agua en el altar. Tiene que esforzarse por llevar una vida casta según la grandeza del ministerio que ejerce. Al tocar las vinajeras, recibe cierto poder sobre las ofrendas que lleva al altar.
Las órdenes mayores
No hay nada tan divino –dice Santo Tomás– como el objeto del sacramento del Orden y del sacramento de la Eucaristía, es decir, el propio Jesucristo Nuestro Señor.
El sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, toca el Cuerpo de Nuestro Señor y lo da a las almas. El diácono ya puede acercarse al santísimo Sacramento, hasta el punto de poder tocar el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. El subdiácono vela particularmente por los vasos sagrados. Por consiguiente, estas tres órdenes son mayores, puesto que los que las reciben tienen poderes sobre las cosas sagradas, y deben tener un grado de pureza aún mayor que los que están en las demás órdenes.
1º El subdiaconado
El subdiácono tiene como función, en la misa solemne, presentar la patena y el cáliz al diácono, echar el agua en el cáliz y cantar la epístola. Además, está encargado de purificar los lienzos sagrados.
Las ceremonias del subdiaconado tienen lugar del siguiente modo:
- Advertencia inicial: desde el principio de la ordenación, el obispo advierte a los subdiáconos que se les impone la castidad perpetua, y que nadie puede ser admitido a esta orden sin tener la voluntad sincera de someterse al celibato (CIC, can. 132).
- Letanías de los Santos: los ordenandos se postran en el suelo, en señal de humildad y adoración, como hacían antiguamente los patriarcas y profetas. En ese momento, en unión con todos los elegidos del Cielo, se cantan las letanías de los santos, oración predilecta de la Iglesia, en la que se presentan a la Santísima Trinidad todos los méritos y trabajos del Hombre-Dios. Esta postración y letanías preceden igualmente al diaconado y sacerdocio.
- Admonición: enumera las funciones del subdiácono.
- Entrega de los instrumentos: entrega del cáliz y de la patena.
- Oración por los nuevos subdiáconos: el obispo pide para los subdiáconos la gracia de que puedan cumplir bien sus funciones, así como los dones del Espíritu Santo, para que sean guardianes vigilantes del altar durante el sacrificio.
- Imposición de los ornamentos sagrados.
- Entrega del libro de las epístolas.
Para que los subdiáconos eleven regularmente su mente a Dios, la Iglesia les manda el rezo del breviario (CIC, can. 135). Su nuevo estado exige de ellos un profundo espíritu de fe y la práctica, no sólo de la pureza del cuerpo, sino también del corazón.
2º El diaconado
El diácono es sobre todo el ministro del obispo o del sacerdote en el altar. Canta el Evangelio y puede ser autorizado a predicar. En algunos casos, es el ministro extraordinario del bautismo y de la comunión.
La ceremonia de ordenación al diaconado es casi idéntica a la del subdiaconado:
- Letanías de los santos.
- Admonición a los ordenandos.
- Prefacio consagratorio: contiene la fórmula de ordenación con la imposición de la mano derecha del obispo sobre la cabeza de cada uno de ellos. Mientras que la materia consiste en la imposición de la mano, las palabras esenciales de la forma del Sacramento del Orden son: «Envía sobre ellos, te rogamos, Señor, al Espíritu Santo por el que sean robustecidos con el don de tu gracia septiforme para cumplir fielmente la obra de tu ministerio».
- Imposición de los ornamentos sagrados.
- Entrega del libro de los Evangelios.
- Oración por los nuevos diáconos.
El diácono debe procurar llevar una vida pura y predicar, tanto por sus ejemplos como por sus palabras. ¡Ojalá sea, como San Esteban y San Lorenzo, un digno ministro del altar, y agrade a Dios por sus virtudes!
La ordenación diaconal ocurre en nuestro seminario al final del penúltimo año de estudios. Durante el último año, hacen sus principales preparativos al sacerdocio: aprenden a rezar la misa, tiene clases de pastoral para conocer las dificultades de su ministerio, empiezan a predicar y llegan incluso a administrar el sacramento del bautismo y a dar la comunión a los enfermos.
Son los más ancianos entre los seminaristas, y se constituyen en modelo de los demás en la meta común de alcanzar la gracia de la participación en el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo.
La ordenación sacerdotal
La ceremonia de la ordenación sacerdotal es parecida, en grandes líneas, a la de las otras Órdenes sagradas, aunque es más conmovedora y solemne:
- Primera admonición: el prelado describe la función del sacerdote e invita a los ordenandos a practicar las virtudes necesarias para su nuevo estado.
- Imposición de las manos: el obispo impone sus manos sobre la cabeza de cada ordenando, cosa que constituye la materia del Orden. Todos los sacerdotes que asisten a la ceremonia repiten, después del obispo, el mismo gesto.
- Prefacio consagratorio: encierra las palabras esenciales de la forma del sacramento: «Da, te rogamos, Padre omnipotente, a estos siervos tuyos la dignidad del Presbiterado; renueva en sus entrañas el Espíritu de santidad para que alcancen recibido de Ti, oh Dios, el cargo del segundo mérito y enseñen con el ejemplo de su conducta la reforma de las costumbres».
- Imposición de los ornamentos sagrados: imposición de la estola y la casulla.
- Consagración de las manos: ungiéndolas en forma de cruz con el Óleo de catecúmenos.
- Entrega de los instrumentos: cada ordenado toca un cáliz que contiene vino y agua, recubierto con la patena que contiene una hostia no consagrada. El obispo declara entonces a los nuevos sacerdotes que en adelante tienen el poder de celebrar la santa misa por los vivos y difuntos.
- Parte sacrificial de la misa: los nuevos sacerdotes ofrecen el sacrificio junto con el obispo. Tan sólo el pontífice hace las ceremonias y pronuncia todas las palabras en voz suficientemente audible para que los sacerdotes que concelebran con él lo puedan escuchar.
- Poder de confesar: después de la comunión, el obispo entrega a los nuevos sacerdotes el poder de confesar, usando las propias palabras del Salvador.
- Bendición consagratoria: confirma a los jóvenes sacerdotes en la altísima dignidad de sus funciones.
Al final de la misa, los neo sacerdotes conceden sus primeras bendiciones y, el día siguiente, rezan su primera misa.
Los seis años de formación alcanzan su fin sagrado y la Iglesia de Dios ya puede contar con más ministros para su divina misión de salvar almas.