Perfección

Por ser religioso, el Hermano afirma, por su formación, por sus compromisos y por su existencia, la superioridad indiscutible de la vida sobrenatural sobre el mundo de acá abajo.

En la vida religiosa, la renuncia al mundo y la consagración a Dios se hacen de manera solemne por una promesa, los votos, por los cuales el religioso se dedica a seguir a Nuestro Señor Jesucristo en el camino de la pobreza, la castidad y la obediencia.

Los votos constituyen la gran dignidad de esta vocación, haciendo del que los pronuncia un religioso, tan religioso como los cartujos en sus ermitas o los trapenses en sus campos y oratorios.

Del mismo modo que el bautizado y el confirmado, al recitar públicamente el Credo, hacen profesión de su fe, y que los esposos se prometen públicamente fidelidad por el intercambio de consentimientos, el religioso se compromete públicamente a tender a la perfección en imitación de Cristo en un estado superior al del matrimonio que, debido al carácter público de los votos, recibe el nombre de “profesión” religiosa.

El hermano conoce el valor de los bienes temporales, de la sociedad, de la familia cristiana bien constituida, pero su fe y la gracia particular que ha recibido con su vocación le permite darse cuenta de lo que son las cosas del tiempo y las cosas eternas, de hacer prevalecer aquello que es más importante, más elevado y más duradero.

Los votos religiosos

Los votos de religión fueron recomendados por Nuestro Señor en el Evangelio y son el camino más seguro a la santidad. Por medio de ellos, un alma generosa se encuentra libre de todo obstáculo para su unión con Dios.

Pobreza: Por este voto, el religioso abandona la posesión y administración de todos sus bienes terrenos, que lo distraen de su meta celestial.

Castidad: El hermano renuncia a las legítimas alegrías de una vida matrimonial por algo más alto: el amor de Dios y de la Iglesia, libre de las trabas que crean una vida en el mundo.

Obediencia: Este voto ataca a la raíz de aquello que es más precioso para un hombre: su voluntad. El que está verdaderamente determinado debe abandonar incluso esto en las manos de Dios, sometiéndose a los mandatos y juicios de un superior humano que lo representa a Él. Eso es lo más difícil y, por lo tanto, el acto más meritorio del religioso y que dará el marco del resto de su vida.                                                                                                                                                   

En verdad os digo, que ninguno que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por amor al reino de los cielos, dejara de recibir mucho más en este siglo y la vida eterna en el venidero” (Lc. 18,29).